He llegado a la conclusión (efímera, nada de que preocuparse) de que el conflicto, el hastío y la frustración son elementos inherentes al acto de vivir en este mundo. Mas junto con estas decepciones persistentes, existe el gozo, lo sublime y lo puro. La mezcla caótica de estas situaciones es la belleza absoluta al final de las vacilaciones.
El temple espiritual del hombre ha de mantenerle fuerte frente a este caos. Aquel que desespera y se entrega a este gran juego de fuerzas, cual perro lánguido bajo la lluvia torrencial, caerá en la locura más grande y dolorosa. Pues si ya bajo el dominio leve de la razón tendemos al sufrimiento, ¿Qué dolor más grande existiría sin ella? A menos de que se pierda la conciencia de ser en la espiral del loco, no será el existir más que un alarido prolongado y miserable.
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