miércoles, 11 de marzo de 2009

Estoy desesperado. Lo que en un comienzo fue una licencia para disfrutar de las actividades propias de un adolescente "normal" me condujo a vivir estridente y de manera efímera.

Fui criado en un hogar que me impulsó naturalmente al acto de contemplación estética. Siempre se me incentivó a que creara, visitábamos a menudo museos (cuando no eran antros de decadencia y libertinaje) y el mundo adulto no me fue ajeno. A medida que crecía leía más y me empapé de un sentimiento romántico e idealista de la vida que a menudo chocaba con la cruda realidad. En el colegio me sentía como un forastero desesperado porque, si bien contaba con amigos, nunca pude mantener una conversación seria o compartir opiniones con ninguno. Nunca lo intenté, probablemente ese fue mi error. Esta silenciosa soledad empeoró cuando me convertí en un amargado, que impresionaba fácilmente con hechos y dichos  otros muchachos que llegaron a detestar el mundo por seguirme.

Un buen día decidí relajarme y tratar de conciliar mis dos vidas paralelamente, sin dejar que mis más íntimas visiones interfirieran con mi personalidad amable, divertida. Por supuesto que en un principio funcionó de maravilla. Conocí nuevas personas, jugué con la llama que antes evitaba a toda costa, besé chicas y bebí alcohol a gusto. Mas aquí estoy, pensando si realmente debería gastar los bellos momentos de la juventud en estas fugaces sensaciones o entregarme una vez más a los ideales que guardé en un polvoriento baúl.

Nietzsche dijo que el hombre no ha sufrido lo suficiente. Es cierto. Estoy evitando la forja para el caracter que es el dolor, estoy olvidando mi individualización en pos de un espejismo de felicidad.

Aún no sé si recobrar esta herencia.

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