martes, 10 de marzo de 2009

Primer día en el curso humanista-social. Me encuentro en medio de una vorágine de pensamientos.

Tuve un excelente comienzo en la clase diferenciada de Lenguaje. La profesora es joven (gracias a los Dioses) y maneja con relativo dinamismo sus clases. Se mostró interesada en mis observaciones respecto de cómo el hombre se acerca a la divinidad a través del desarrollo del lenguaje, pidiéndome que señale otro gran grito de la humanidad. Mencioné a la espada.

Dos grandes herramientas, dos grandes hitos en la evolución humana. La palabra es la última abstracción, la cual sirve como lo más eficaz a la hora de transmutar el entorno y proyectar el imaginario interno hacia otros. Mientras que por otro lado el ingenio faustico está encarnado en el frío metal de la espada desenvainada, la prolongación del alcance destructor, justiciero a veces. Me referiré en otra ocasión sobre este tema, pues soy invadido por la pereza en este instante.

Existe un exceso de pretensión por parte de aquellos que se autoproclaman "humanistas" con todo el entusiasmo de un presidente de curso. Si se tiene interés en los movimientos del espiritu humano, si se busca explicar sus motivaciones, si se busca crear nuevos valores que le movilicen... Se debe asumir la tarea con superficial humildad e individualismo, más que desgastar energías en nombres inútiles.  Los que caen con mayor frecuencia en esta falta de estilo son las jovencitas feas y tontas. Es enserio. Típicamente se sienten investidas de una autoridad redentora, surgida por la frase "Los humanistas gobernamos", mientras se sienten obligadas a tomar conciencia de "lo social" escuchando (oh sorpresa) Violeta Parra y idolatrando la figura de Allende en casos extremos. Finalmente, a pesar de todos sus esfuerzos por verse más comprometidas con el pensamiento superior, fallan miserablemente a la hora de responder una simple pregunta de comprensión lectora o cuando se les presenta la palabra "inherente".

No soy un amargado, como muchos podrían creer. Simplemente soy un niño que ha vivido mucho tiempo solo, por lo que me dedico a observar lo que me rodea con un profundo desdén en esperanzas de poder amar realmente. 

He abandonado mi insipiente desprecio sólo en una ocasión.

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